Santísima Trinidad
¿HAY DIOS?
Mi amigo Ignacio Darnaude me formula esta pregunta, nada original por
supuesto, a la que siguen otras dependientes de ella, que me obligan a
reflexionar de nuevo para poner en orden mis ideas, removiendo los rescoldos de
mi libro sobre La quimera de los dioses (Vision Libros, 2010). Mi
respuesta ha de ser rápida y contundente: IMPOSIBLE.
Al menos en el sentido que se le da normalmente a la palabra: Ser infinito,
distinto del universo, omnipotente y buenísimo, su creador y mantenedor, junto
al cual sus criaturas humanas, si han sido buenas durante un período breve,
vivirán eternamente disfrutando de un placer imperecedero.
¿Alguien puede creer, sensatamente, en este cuento infantil? A un
problema teológico se le da una solución moral, siendo ésta una creación
humana, como es bien sabido, para organizar la convivencia social.
* * *
Pero he de razonar esta respuesta,
dentro de mis posibilidades.
Querido Ignacio: Antes de seguir, deberé sondear lo esencial de tu pensamiento
que, al parecer, ha llegado a la suprema escala de la sabiduría, después
de haber pisado los escalones de la opinión provisional, el conocimiento y
la intuición iluminadora. Siendo así, no puedo medirme con tu firmísima
convicción, tan duramente conquistada, que no puedes demostrar, por
el factor de elusividad.
Ni tampoco lo pretendo. También yo tengo una firmísima convicción de
que no es posible conceder existencia a ese SER ÚNICO, ABSOLUTO, GRAN FIGURA,
AUTORIDAD MÁXIMA, nombres que aplicas también a DIOS o el PADRE. No deseo
discutir contigo ni hacer proselitismo de mis convicciones. No soy apóstol de
nada ni de nadie. No tengo relación con UMMO ni sé leer la hora exacta del
ROLEX CÓSMICO, palabras con las que te sientes tan a gusto.
Mis convicciones provienen
exclusivamente de la RAZÓN, que me identifica como SER HUMANO y que bebe en los
libros científicos las conclusiones de la CIENCIA empírica, desconfiando de las
fabulosas fantasías nacidas del enorme poder de la imaginación, capaz de
desbancar y humillar a su vecina y eterna rival, la RAZÓN. Recuerdo que en la
segunda parte de mi libro La quimera de los dioses trato,
precisamente, del “poder de la imaginación”. Te copio unas frases de la página
147 en las que expreso claramente lo que te quiero decir: “Ninguna de estas
facultades tuvo mayor trascendencia en la vida ‘espiritual’ de los homínidos
que la imaginación (esa “loca de la casa” denunciada por Santa Teresa),
sublimada por la fantasía, base del pensamiento poético, es decir, creador. Mediante
su imaginación, el ser humano, que piensa con imágenes, a veces huye de la
lógica y crea seres virtuales, leyendas, mitos y monstruos de cuya existencia
no dudará hasta que venga a imponer su criterio la razón, mientras siga
despierta y atenta a la realidad”. Ya lo dijo Goya en uno de sus Caprichos:
“La fantasía, abandonada de la razón, produce monstruos imposibles”.
Todos los conceptos abstractos, como
‘misterio’, ‘trascendencia’, ‘espíritus’, ‘fantasmas’ ‘dioses’ (sean primarios,
secundarios o terciarios, como tú dices) carecen de vida fuera de nuestro
cerebro. La tierra de la que se alimentan estos conceptos es la fantasía. Pero
esta cualidad, tan humana, es, al mismo tiempo, la causa de nuestros
‘autoengaños’ inseparables de la condición humana, tan ignorante, débil y
crédula. El autoengaño, a fin de cuentas, es nuestra ‘autodefensa’ ante lo
desconocido.
Cuando afirmas que “El Cosmos es un
ensamblaje gloriosamente descentralizado y a la vez draconianamente
centralizado en el Ser Único” estás hablando en un lenguaje excesivamente
humano, contagiado de una visión social imposible de aceptar por el Dios único,
inmaterial y omnipotente. Quizá sea una ‘visión mística’ cercana al
Apocalipsis, deudora de sueños irreales por imposibles. No es mi caso.
Hasta ahora no he hecho más que enfrentar opinión con opinión. Pero habría
que buscar alguna argumentación que pudiera satisfacer a una mente regularmente
sensata. La pista me la has dado tú mismo, cuando escribes que “Decenas de
miles de libros han sido dictados desde otras esferas a visionarios, sensitivos
y contactados”. Huyes del adjetivo “revelado”, pero lo sustituyes por “dictado”
que es algo similar, pero inconsistente. ¿Cómo es posible que un Ser Único
“dicte” algo a un cerebro humano? ¿En qué idioma? ¿Por telepatía? ¿Por qué no a
todos, y en todas las épocas? ¿Será creíble una persona “visionaria”? Con
frecuencia olvidamos que todas las supuestas “revelaciones” son ensoñaciones,
generalmente nocturnas. Mi experiencia de los sueños me confirma que soñamos
según nuestras experiencias sensibles de la vigilia, y así lo dicen los
psicólogos. ¿Cómo es posible ‘soñar’ o ‘tener visiones’ de algo que no ha
pasado antes por los sentidos? Los psicólogos afirman que las ‘visiones’ son
relaciones neuronales caprichosas, sin realidad externa. Es decir, ‘puras
imaginaciones’. El dios hebreo anunciado y predicado por los ‘visionarios’
bíblicos está ‘inventado’ por ellos a semejanza del hombre, no al revés.
Por último, al decir que “llevamos milenios beneficiándonos de la
revelación de escrituras sagradas como la BIBLIA” te delatas a ti mismo como un
cerebro débil, incapaz de encontrar en ese “horror” de textos malditos,
inventados por humanos ‘visionarios’, que tanto daño han hecho a la Humanidad,
la verdadera “palabra de Dios”. Que no es, por cierto, la que se lee en la
liturgia cristiana, siempre escogida entre las más amables, sino otras palabras
nunca repetidas, porque avergüenzan a los propios eclesiásticos. Palabras de
maldad, de sangre, de crímenes sin cuento que manchan esas páginas tan
veneradas por millones de personas a lo largo de los siglos. Palabras de
órdenes inhumanas, que ni el más déspota sería capaz de dar a ninguno de
sus ‘hijos’ (”matad a todos los primogénitos”, por ejemplo).
Nunca lo he comprendido. ¿Cómo es posible que esos libros “canónicos” hayan
embaucado a tantas generaciones de buenas personas, sean judíos, cristianos o
musulmanes? ¿Es sensato aceptar a Yahvé, ese dios rencoroso, codicioso,
cruel y vengativo que aparece en la Biblia, como el Omnipotente y Bondadoso
Creador? Aunque se pudiera aceptar a un SER SUPREMO ESPIRITUAL, como
creador y Padre amoroso de lo creado, éste desde luego no podría ser el Dios de
la Biblia judía, por mucha ‘comprensión’ que tuviera el creyente. Es preciso
estar obcecado, fanatizado con un lavado de cerebro multirracial, que convierte
al hombre de fe en un autómata, esclavizado, sin racionalidad, es decir, no
‘humano’.
Muchas veces me han rebatido estas ideas recordando que los mayores sabios
de la antigüedad han creído en Dios. Siempre sale a relucir Newton (que, según
se ha descubierto, es el “último mago” más que un científico racional). Pero se
olvidan de otros muchos filósofos y científicos ateos, desde Lucrecio hasta
Richard Dawkins, pasando por Spinoza, Holbach, D’Alembert y todos los
enciclopedistas, cuyo nombres se pueden encontrar en el Diccionario de
ateos. El filósofo francés Michel Onfray dijo públicamente que “Dios es una
ficción del hombre, como papá Noel o el Quijote, creada para conjurar la
angustia de la muerte” y Margherita Hack “Dios es un invento para explicar todo
aquello que la ciencia no puede explicar”. En España, una científica como María
Blasco, afirma: “Entre una aspirina y Dios me quedo con una aspirina” y el
antropólogo de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga, es contrario a un diseño
inteligente:”El creacionismo es un error”. No estoy solo. Pero tampoco me
siento cómodo al lado de ciertos activistas ateos como Dawkins o místicos ateos
como Comte-Sponville.
Según una reciente encuesta de la revista “Nature” un 45% de los
científicos actuales se define como ateo. Pero ni “antiguos” ni
“modernos” filósofos o incluso científicos creyentes alimentan mi no-creencia
si se valen solamente de puras opiniones personales. A todos los admiro,
pero también los disculpo porque no tuvieron acceso a las últimas
investigaciones, que abren los ojos a la verdad y no dejan ya resquicio para
las ‘invenciones’ religiosas. Por muy inteligente que sea un ser humano,
su creencia no puede tener disculpa si ha estado al corriente de las
investigaciones sobre la física cuántica. Este es el argumento definitivo, que
no está precisamente al alcance de cualquiera, porque no es fácil de comprender
tanta distorsión de la física tradicional, pero que descubre el comportamiento
de la materia a una escala infinitamente pequeña. Cada día se va conociendo
mejor el mundo del que formamos parte, y del que el cerebro humano es el peor
conocido. Esperemos que en este año de la Neurociencia se llegue a conocerlo
mejor, sobre todo su capacidad para “imaginar” unos dioses que cree necesarios.
Yo no soy científico ni especialista en nada, pero veo con claridad que ni
el Yahvéh de los judíos, ni el Alá de los musulmanes ni el Dios de los
cristianos es un verdadero Dios. Esto no quiere decir que sepa dónde está la
verdad. Soy consciente de que existen conviviendo conmigo multitud de fenómenos
paranormales que no entiendo, como tampoco la magia, la ufología, las llamadas
‘ciencias ocultas’, el comportamiento monstruoso de la naturaleza. Pero, aunque
todo ello me impela a creer en un ser supremo responsable de todo, me niego a
creer que ese dios sea el dios bíblico, tan malvado y de culto tan extendido,
por lo que ya he expuesto. ¿Será un dios “distinto”?
Tal vez podría existir un dios totalmente espiritual, invisible, no
imaginado, capaz de crear algo miserable (aunque bello) como la naturaleza, y
con ella la humanidad. Un ESPÍRITU ETERNO. Aun en este caso, la razón lo
rechazaría. Primero, porque aunque lo “eterno” sea un concepto incomprensible
para un humano, de hecho impide separar “creado” y “creador”. Si un Ser
es eterno, no puede crear nada fuera de sí, ya que no hay nada “fuera”. Habría
que identificar al Creador con lo creado, fuese lo que fuese, incluso la maldad
y el dolor. No parece que sea así.
Tampoco podría ser “espíritu”, porque los espíritus no pueden existir
más que en la fantasía de un cerebro. No puede existir ningún Dios-Espíritu
(ni, por supuesto, ángeles o almas). No menciono a unos posibles extraterrestres
porque, de existir, no serían espíritus sino materia. Esto supone que los
duendes, fantasmas, almas de difuntos o similares tampoco pueden existir, sólo
ser imaginados. Sé que muchas personas me pueden contradecir, afirmando que han
sido testigos de muchos casos de esta índole, pero todos tienen (o tendrán) una
explicación razonable, sin necesidad de acudir al misterio de los espíritus.
Otra cosa son las visiones de OVNIS, que son tan materiales como sus posibles
ocupantes.
Si me pones sobre la mesa la multitud de milagros que narran las historias,
he de insistir en que tampoco pueden ser reales, ya que un milagro es una
transgresión de alguna ley física, y las leyes de la naturaleza son inmutables.
El milagro no puede ser algo real. ¡Cuántas veces he pensado que los trucos de
un mago o ilusionista es un verdadero milagro! Tampoco quiero afirmar que
el milagro tenga detrás un truco o una impostura. Simplemente, si preguntamos a
un mago sólo me dirá que lo que he visto a sentido es una ilusión. Por eso el
mundo de la magia me ha cautivado siempre. Como el de tantos y tantos enigmas
sin descifrar que me han hecho dudar de mi propia razón. ¡Cuánto ignoramos!
Pero esto no es motivo para creer en la existencia de ningún Dios. Porque su
existencia es IMPOSIBLE .
Las doctrinas religiosas que tratan de convencer a los crédulos, ignorantes
y pobres seres humanos nos intentan conquistar por sus bondades morales. Pero
no. La moral tampoco es un buen argumento para creer en Dios. Se puede ser un
buen creyente y un malvado criminal. O viceversa. Una cosa es el comportamiento
y otra la fe religiosa. De hecho, ¡cuántos criminales abusos en los cristianos,
incluso en la Silla de San Pedro, mediante una hipócrita vida religiosa! Si
alguien abraza la religión de Cristo (mejor, las religiones derivadas de su
doctrina, porque son cientos) ha de saber que lo que abraza no es una moral,
sino una doctrina irracional, indigna de una mente razonable y razonante.
Voy a terminar, porque esta carta se
alarga demasiado. Los científicos en el último siglo han descubierto tantas
cosas ocultas, han desvelado tantos secretos, que los ojos futuros verán cosas
deslumbrantes, que ni sospechamos. Por ejemplo, la teoría del “multiuniverso”,
que parece alumbrar el estudio de las galaxias y los agujeros negros; la
ecuación de la relatividad de Einstein, que anula nuestra idea del tiempo y del
espacio; la afirmación de que sólo conocemos el 5% de la materia existente, ya
que el resto es “materia oscura” aún por descubrir; la equiparación de la
materia con la energía, de forma que en un mundo infinitesimal son la misma
cosa; el comportamiento inesperado, impredecible y sorprendente de las
partículas a escala sub-atómica, una vez desterrados los átomos del trono de lo
“no-divisible”. Desde Darwin, con sus teorías sobre la evolución, tan
contrastadas y admitidas por la Ciencia, las religiones no han hecho más que
perder argumentos, ya que a las fantasías imposibles de comprobar se han
opuesto los gigantescos avances de ciencias experimentales como la psicología,
la biología, la física y todas las neurociencias. Quien no esté al tanto de
estos avances quedará sumido en la oscuridad del fanatismo.
Querido Ignacio: Entrados ya en la década de los ochenta (yo te gano por
unos meses) sólo podemos presumir de experiencias. Pero haríamos mal si estas
experiencias no fueran acompañadas de unas reflexiones desapasionadas, dando
paso a nuestra razón, que es lo mejor (y lo más frágil) que tenemos. Imposible
no reconocer la importancia de las emociones y de las pasiones, pero dejémoslas
a un lado, o mejor, dejemos que acompañen a la razón, siempre en un lugar
subordinado, para que no nos lleven, como en tantas ocasiones, por “mal
camino”. Al fin y al cabo, ya nos queda poco para vernos convertidos en un
puñado de cenizas. Nadie se acordará de nosotros dentro de cien años, pero la
mayor felicidad que habremos conseguido en este mundo será en esos últimos
momentos de la vida, cuando nuestro cerebro (lo último que muere) sonría
pensando que ha hecho todo lo posible por perseguir y encontrar la VERDAD, el
único amor que merece la pena.
(Las demás preguntas quedan
contestadas con la Primera)
Tuyo siempre, paisano y religioso no-creyente, Francisco Aguilar Piñal.